Por RELACIONESABIERTAS
¿Alguna vez te preguntaste si realmente “encajabas”?
Lo “normal” aparece cada tanto en las discusiones. Familia, amistades, gente cercana del barrio donde vivimos. No es necesario que vayamos al diccionario para darnos cuenta de que la palabra alude a ajustarse a “ciertas normas fijadas de antemano”. Otro significado: “que se halla en su estado natural.” Esto último hace más rígido el término: si no “encajás”, no sólo estás fuera de las normas fijadas, sino fuera de la “naturaleza”.
Podemos rechazar conscientemente esa normalidad que nos condiciona. Sin embargo, una normalidad “interna”, silenciosa e inconsciente, orienta nuestro pensamiento y nuestras decisiones como un mecanismo de relojería. Se construyó desde la infancia: cuando aprendíamos a caminar y a reconocer lo que nos rodeaba había un “bien” y un “mal” que nos orientaba para adaptarnos al mundo.
El lenguaje que aprendimos es un código que ordena la comprensión del mundo, como las palabras se ordenan en una oración para tener sentido. El lenguaje estructura nuestra forma de percibir, de pensar y de actuar. Y allí está una de las raíces de lo que consideramos normal: cuando nuestros ojos ven, lo que percibimos es inmediatamente decodificado por un sistema mental que lo traduce después en pensamiento y palabras.
Luego nos marca el ambiente familiar, que nos transmite las reglas no escritas de la vida cotidiana. Y lo que hace la familia con mayor o menor éxito lo completa la escuela, el club, las instituciones que nos reciben. Nuestras amigas y amigos repiten el esquema y nos generan una sensación de que normal es igual a natural. Así se forma un sistema que integra a todas esas instituciones de forma más o menos armónica, un sistema que de ese modo se reproduce. Se construyen nuestros gustos, ideas y elecciones para que “encajen” en este sistema, que a su vez constituye una trama moral, económica y política.
Sin embargo tenemos capacidad de análisis y crítica, podemos reconocer nuestros deseos profundos y cuestionar la reproducción en términos personales y sociales, es decir: podemos cambiar. Pero hay mecanismos internos que nos pueden condicionar, vivimos en un entorno social que no acepta fácilmente el cambio y lo “normal” es parte de una trama de red (moral, económica y política) que resistirá cualquier cuestionamiento y, más aún, cualquier cambio efectivo.
Queda claro que lo “normal” es una construcción: responde a estructuras sociales que predominan en un momento histórico. Puede modificarse. Un repaso por algunas situaciones de familia, sexualidad y amor nos puede ayudar a desprendernos del mandato de “ser normal”.
¿Qué es una familia? Preguntarnos por la palabra en sí nos puede ayudar: los estudios explican que es un término de raíces latinas que habla de quienes saciar el hambre en un lugar, incluyendo a la servidumbre. Es decir, familia son todas las personas, que se alimentan en una casa, aunque no tengan lazos de sangre. Hacia afuera, las familias daban origen a los clanes y se volvieron base del poder político en la antigüedad, a través de alianzas con otros clanes familiares por la vía de matrimonios.
Para ir a un documento de época: se conserva el primer tratado sobre interpretación de los sueños de Grecia, que fue escrito por Artemidoro de Efeso en el siglo II, sobre alrededor de 3000 testimonios que recogió. Consignaba el autor que en los sueños aparecían las figuras de la familia de la época (la esposa, la amante, la prostituta, los servidores y los esclavos) así como las prácticas sexuales frecuentes: formas variadas de vida sexual, incluyendo el sexo oral y el acto sexual entre hombres. Michel Foucault afirmaba que en la Grecia clásica “el matrimonio se considera el mejor marco posible para los placeres sexuales. En ese mundo el hombre casado puede tener su amante, disponer de sus servidores, muchachos o muchachas, frecuentar a las prostitutas… las relaciones entre hombres se dan por sabidas, bajo ciertas diferencias de edad o de posición” (Foucault, “La inquietud de si” p 36). Como se observa, no se asemeja tanto al modelo contemporáneo de familia.
La mayoría de las formas familiares en la antigüedad y la Edad Media eran diferentes de las actuales. Recién en el siglo XIX se formalizará el modelo que hoy todavía predomina: la “familia burguesa”. La foto típica de un matrimonio con hijos e hijas no era una cuestión afectiva: revela la función económica y política que cumplió asegurando la reproducción de la sociedad y la economía industrial. Era un instrumento indispensable para el sistema capitalista, que incluía un derecho basado en la figura del padre y un mecanismo de reproducción social basado en el consumo y la producción. Se construyó una normalidad asociada al modelo de familia: un sistema moral que exaltaba la unidad familiar, la fidelidad, la heterosexualidad y el lugar subordinado de la mujer con un rol de madre-reproductora-abnegada. Una cultura ilustrada promovió los valores capitalistas y patriarcales, poniendo a la familia burguesa como modelo para todos los sectores sociales. Esto incluía las costumbres de ostentación de la riqueza y el “buen gusto” burgués, los eventos para celebrar los rituales de la vida, como el casamiento o la fiesta de quince.
Este predominio tuvo igual sus críticos y sus modelos alternativos. Enfrentados al capitalismo, tanto el socialismo marxista como el anarquismo cuestionaron el modelo familiar. Engels escribió su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” donde explica la influencia del derecho de propiedad sobre el modelo familiar y el rol subordinado de la mujer a partir del “derrocamiento del derecho materno”. El pensamiento anarquista cuestionaba el matrimonio y las relaciones de poder en su interior, proponiendo relaciones sin leyes civiles ni religiosas y la libertad frente a los acuerdos “de por vida”.
Por otro lado, surgieron experiencias de comunidades que reemplazaban a las familias. Esto fue visible en Estados Unidos en el siglo XIX y reapareció en las comunas contraculturales y hippies de los años 60. La comunidad de Oneida (1850-1880) por ejemplo, celebraba matrimonios de grupos que implicaban a centenares de miembros. Había comunidades religiosas y seculares. Algunas estaban orientadas por un eje aglutinador: la libertad sexual, el trabajo cooperativo, las artes y oficios, el cultivo de la tierra, la pertenencia étnica, etc.
El proceso en el siglo XX fue distinto y de mayor visibilidad. En 1962 se instaló una comunidad hippie en Gorda Mountain (Big Sur, Estados Unidos) que llegó a tener 200 miembros. Las comunas hippies surgieron de experiencias de grupos bohemios y “beats” de los años 50, pero se multiplicaron en algunas zonas del oeste norteamericano desde 1966. Poseían una afiliación abierta, promovían la ampliación de la conciencia por medio de drogas y la libertad sexual (supresión de restricciones, culto al hedonismo, nudismo), defendían la vuelta a la relación armónica con la naturaleza, el cultivo de la tierra, el pacifismo.
Pensemos ahora en las sexualidades.
¿Qué imágenes nos trae la historia para inquietar nuestro sentido de la “normalidad” sexual? Dejaremos el repaso puntilloso para un estudio académico sistemático, sólo veamos algunos hechos significativos en la historia de las sexualidades. En la tradición occidental, influida por varias religiones, predominó una moral orientada a la represión de las pasiones, el acto sexual orientado a la procreación y la consolidación del matrimonio heterosexual con un lugar sumiso para la mujer. De todos modos, hubo excepciones, cuestionamientos y actividades prohibidas que continuaron desarrollándose, como si la marea del deseo fuera incontenible.
La valoración de los placeres tuvo momentos importantes antes de caer bajo modelos de represión y castigos corporales, incluso escuelas filosóficas que la proponían. En la antigüedad, la referencia habitual es el filósofo Epicuro, que en el año 311 (a.c) fundó su primera escuela y escandalizó a numerosos vecinos, no sólo por sus planteos, sino porque admitía a mujeres y esclavos, algo inaceptable en la época. Pocos de sus escritos fueron conservados, ya que el predominio de otras corrientes filosóficas y la consolidación del cristianismo en la Edad Media borraron su influencia. La idea de penitencia y castigo prevaleció sobre la idea de libertad y de goce. Algo similar sucedió con una de las corrientes que lo tomó como fuente, el Hedonismo, enfrentado a la austeridad y al ascetismo que promovía la Iglesia.
¿Que proponía Epicuro? asignaba un papel importante al disfrute de los placeres vinculados a los deseos naturales del cuerpo y la sexualidad, si bien debían darse en un marco de armonía y tranquilidad, y despreciaba los placeres propios de la ambición de poder y de dinero. También la amistad, como fuente de placer, era un componente de su filosofía.
Hoy, algunos filósofos retoman estas ideas. Michel Onfray, por ejemplo, decía hace unos años “Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, y disfrutar jubilosamente de la existencia: oler mejor, gustar, escuchar mejor, no estar enojado con el cuerpo y considerar las pasiones y pulsiones como amigos y no como adversarios” (Página 12, año 2000)
En la tradición occidental, las prácticas sexuales fuera de la “normalidad” fueron condenadas, pero la fuerza que tenían estas prohibiciones nos hablan de la magnitud de su desarrollo. El único acto sexual permitido oficialmente era aquel destinado a la procreación, con indicaciones específicas de la posición que debía adoptarse (y que se conoce como la “del misionero”), a riesgo de caer en pecado. Del mismo modo, el sexo oral y anal eran pecado. Toda forma de homosexualidad era condenada. Paralelamente, en algunos reinos se practicaba el “derecho de pernada” (es decir, el derecho de los Señores de tomar sexualmente a sus siervas el día en que se casaban). Numerosos objetos de la época, recuperados en museos, hablan por sí solos de prácticas sexuales: preservativos, consoladores, cinturones de castidad.
Un dato que nos permite reflexionar sobre la normalidad sexual es el discurso médico. Esto surgió alrededor del siglo XVII, cuando se comenzó a considerar enfermedades a la masturbación, la prostitución y las sexualidades que se apartaban de las normas. Aún hoy se conservan tratados de cómo “curar” estas enfermedades. La proliferación de establecimientos de encierro nos habla de las prácticas represivas a las que se podía llegar. No se trata solo de las cárceles, sino de los manicomios para curar las sexualidades desviadas. Recordemos que ese fue el destino de uno de los “libertinos” más famosos de la historia, el Marqués de Sade. Encerrado en fortalezas (como la célebre “La Bastilla”) y hospitales psiquiátricos, allí lo llevaron no tanto los escándalos sino sus escritos provocadores que exploraban todas las formas de placer sexual y dieron origen al término “sadismo”.
Nuestra idea de libertad en las sexualidades es heredera de la denominada “revolución sexual” de los años 60. En un momento de ruptura de tabúes, junto con la emergencia de la juventud como un sujeto social autónomo y numerosas protestas sociales, se desarrolló un cambio de costumbres sexuales significativo. Hubo aportes teóricos, como los escritos de Simone de Beauvoir que planteaba: “no naces mujer, te hacen mujer”. También nuevos movimientos sociales como la segunda ola del feminismo, los beatniks y los hippies. El avance de los métodos anticonceptivos, en particular “la píldora”, cambió los hábitos al distinguir efectivamente el sexo de la procreación. La ruptura de tabúes y la búsqueda de experimentación propia de la época incluyó la sexualidad, y surgieron organizaciones que dieron visibilidad a homosexuales y lesbianas reclamando por sus derechos.
Actualmente hemos incorporado con naturalidad diferentes vivencias de la sexualidad, y consideramos que ciertas identidades y prácticas han adquirido aceptación social. Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de un sector relativamente limitado de la población mundial. Para tomar una variable, a nivel mundial los casos de homofobia son comunes en muchos países y a nivel legal 72 estados criminalizan relaciones consensuadas entre personas adultas del mismo sexo y 13 estados aplican pena de muerte a homosexuales.
¿Qué podemos decir del amor?
Para finalizar, dedicamos unos párrafos al inabarcable tema del amor. Corresponde aquí hacer una distinción que ya se ha popularizado: la idea de amor que tenemos actualmente es una forma contemporánea que se suele denominar “amor romántico”. Es decir, de las diversas formas que puede adoptar el amor como vínculo profundo entre seres humanos, se trata de una variante. Que tiene la particularidad de nacer en un momento específico de la historia occidental moderna y fue representada por la literatura (recordemos "Romeo y Julieta”). Reproducida por la televisión y el cine, por el comercio y la moda, resulta la forma “normal” del amor.
Esta forma de amor se asocia con el matrimonio. Pero eso fue fruto de la constitución de la familia burguesa que mencionamos antes, como modelo de reproducción del sistema. La mirada a la historia nos deja muy claro que el matrimonio y el amor no se relacionaron durante mucho tiempo. Antiguamente, se distinguía entre el afecto y la pasión erótica. Mientras el matrimonio tenía el objetivo de continuar el linaje y forjar alianzas políticas, los vínculos afectivos y la pasión erótica aparecían de otras formas. Había distintos tipos de “amor”, incluso el llamado “amor cortés”, desarrollado en la Edad Media, que no incluía necesariamente la sexualidad.
Además de las formas alternativas de familia que comentamos antes, la misma idea del amor romántico fue cuestionada por el anarquismo. En la Enciclopedia Anarquista de Sebastián Faure (1927) Jean Marestan reflexiona sobre la conveniencia de que el amor se ennoblezca mediante la inteligencia y se desplace desde la pasión hacia sentimientos más “dulces y duraderos”: el compañerismo, la amistad, el cariño, la estima; o sea, “afectos más suaves, livianos, lentos o moderados”. Allí también critica el deseo de posesión, que fácilmente se transforma en apropiación y control de la otra persona. Emma Goldman reflexiona sobre el amor fuera de la convención y la seguridad económica del matrimonio: “El amor, que es el más intenso y profundo elemento de la vida, el precursor de la esperanza, de la alegría y del éxtasis; el amor, que desafía impunemente todas las leyes humanas y divinas y las más aborrecibles convenciones; el amor uno de los más poderosos modeladores de los destinos humanos, ¿cómo tal torrente de fuerza puede ser sinónimo del pobrecito Estado y del mojigato sacramento matrimonial, concedido por nuestra santa madre Iglesia?” (Goldman, E. Anarquismo y otros ensayos, 1910).
Escribía otro anarquista famoso, Bakunin: “Amar es querer la libertad, la completa independencia de otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aun y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama” (carta a Pablo, 1845).
Hay otra cuestión que nos previene contra lo poco inocente que resulta el amor romántico: se vuelve un instrumento de sumisión. Históricamente, sirvió para someter a la mujer, por eso el feminismo cuestionó desde sus orígenes las “trampas” de esta expresión. Ester Díaz, en un breve artículo que analiza los orígenes de la dominación masculina, concluye: “la astucia del sometimiento es hacerles creer a las presas que lo que ocurre es natural” (publicado en Página 12, 14 de febrero de 2014).
Es decir: el amor ha tenido diversas manifestaciones, pero ese amor romántico que está asociado a la posesión, que justifica los celos en honor a la exclusividad, que nos brinda la falsa seguridad del contrato o de la eternidad, es sólo una variable. Y, aunque nos bombardeen de “sanvalentines” no tiene nada de “normal”.
¿Ser normales?
Hemos dado un vistazo a la historia para comprender las dificultades de clasificar lo normal en las relaciones afectivas, la sexualidad y la familia. Con este panorama podemos comprender mejor que lo normal oculta habitualmente un discurso de poder vestido con diversos ropajes: algunas veces fue “lo moral” o lo “legal”, pero muchas veces se vistió de la ciencia y la medicina. Para decirnos que si no entrabas en ese esquema estabas enferma/o.
Una trama fina de instituciones se encargó de normalizarnos: la escuela, las religiones, el mercado, las leyes, los gobiernos, la prensa, la televisión, la publicidad. A veces, nuestros procesos personales nos ayudan a abrir los ojos y ver con más claridad esto, pero cuando discutimos con nuestras amistades o nuestra familia nos encontramos con sus propias lecturas condicionadas por “lo normal”.
Estamos en tiempos de cambios, donde se han abierto los ojos de muchas personas. Sin embargo, los procesos sociales a veces se vuelven atrás y las conquistas que se creían firmes pueden quebrarse. Los ejemplos abundan en el mundo y en la Argentina actual. Por eso es necesario construir consensos, conectarnos con quienes compartimos miradas libres del amor y los vínculos, pensar estrategias para comunicar y debatir. Seguimos preguntándonos: ¿cómo explorar, aprender, consolidar, crecer en relaciones “libres”? Probemos, hagamos experiencias, juntémonos.
Y seamos conscientes de la trampa que significa lo “normal”. La historia la hicieron quienes rompieron las normas.
Daniel Giorgetti, versión de Junio 2018.