Por RELACIONESABIERTAS
URGENCIA por entender a tus relaciones seguida de URGENCIA por conocer personas/experiencias nuevas seguida de la URGENCIA por encontrar la forma que la apertura “entre” adentro de nuestra agenda seguida por la URGENCIA de reaprender a tener tiempo de calidad con mis parejas seguida por la URGENCIA de hacer el duelo de lo que uno no puede llegar a ser seguida por la URGENCIA por disfrutar la vida mira que linda es la vida poliamorosa no te quejes.
Todo así seguido y sin coma y en mayúsculas, porque así es la urgencia, no te da ni una coma ni un punto seguido ni un respiro.
Pero criar a una persona te mete en urgencias que no esperabas y uno va educándose de a poco en manejar la urgencia a medida de que trata de educar al retoño. Por eso algunas personas dicen que hay que “sentar cabeza” y “crecer” para ser funcional en la vida.
Justo en estas cosas pensaba yo hace unos cuantos días cuando decidimos festejar el cumpleaños de 9 al nene aunque sea con pocas amistades, pues covid. Hicimos la torta, la fiesta, la típica pancheada y mucha gaseosa, tradicionales...
La cosa es que transcurría una hora del cumpleañitos y algunos nenes ya me habían venido a buscar llorando 3 veces porque uno le dijo “noob” al otro, o porque una no quiere jugar a las escondidas o porque aquél se le coló en la fila para comer panchos. Uno era muy chiquito y ni se sabía comunicar bien con el resto lo que lo dejaba confundido en cada interacción y lloraba cada 2 minutos 21 segundos. Otro era mucho mayor al resto y los juegos le parecían una tremenda pavada y ponía las caras más indignadas posibles. La última se enojó a muerte porque vio que hacían trampa en la mancha, aunque ella estaba jugando con las reglas del huevo-podrido.
¡Todo era tan urgente e inmediato para estas criaturas!
Ante la mínima alteración en sus planes o expectativas, explotaban en llanto.
Apliqué Regla de 3: El cumpleaños dura 4 horas más, ya pasó una hora y me vinieron a buscar llorando 3 veces. La cuenta podría llegar a 12 veces más que me vengan a buscar y me obstaculicen el momento de descanso tan preciado en el que tomo un mate bajo un árbol, tranquilo. Si invierto un ratito como animador infantil por ahí zafo, me dije.
Entonces me metí a jugar en sus juegos. Agarré el tejo y tiré un par de veces, entonces un par arrancaron a jugar al tejo. Agarré la pelota de vóley y me puse a jugar vóley (jugando con criaturas es el único contexto en el que puedo triunfar en un deporte), y dos que ni se conocían enseguida se pusieron a reír de cómo se me caía la pelota. Un ratito después arranqué a contar para jugar a las escondidas y enseguida estaban escondiéndose por el jardín.
Alguien se quejó a los gritos que en vez de vóley quería jugar fútbol, pero le dije que solo él quería jugar fútbol así que si quería jugar con nosotros tenía que ser vóley. Enseguida empezó a jugar con la mano al vóley.
A la hora de servir la coca y los panchos si hubieran podido matar al que tenían adelante para comerse un pancho más rápido lo hubieran hecho. Sin embargo empecé a decir que quienes que no hacían la cola no iban a recibir ni coca ni pancho y enseguida hicieron una cola prolijísima y distanciada como si fueran ciudadanos suizos.
Al final logré mi cometido ya que invertí una hora y se conocían entre todxs, dejaron de verse como gente extraña y como conocían las reglas de los juegos siguieron jugando a varios juegos toda la tarde sin volver a llamarme, a puras risas. Ni les importaba que yo esté o no esté.
Me dije ¡Pero qué ingenuidad tienen las criaturas!
Estaban peleando y llenos de bronca apenas porque a una se le ocurrió colarse, porque otro no quería jugar, o no quería prestar la pelota, o se sentía solo… hasta que con un par de minutos de compartir un juego y poner un par de reglas claras ya se podía estar festejando el cumpleañitos bárbaro.
Al final quien quería jugar al huevo-podrido fue el que mejor se escondió en las escondidas. Quien que no quería prestar la pelota se olvidó c ompletamente de ella cuando le tocaba “contarlas”. Las que ni se conocían y se detestaban ahora eran compinches porque se reían de mí que ni sabía jugar al vóley.
Al final nadie tuvo lo que tanto quería y tanto lloraba… e igual estaban más felices que nunca con algo nuevo que ni conocían.
Tomé distancia de su pequeño mundito de cumpleañitos y me imaginé que estas cosas no me pasarían a mí. “¡Yo ya soy adulto!” me dije.
Pero ahora que estamos hablando de ser adulto...¿No nos pasó algo parecido cuando empezamos en las relaciones abiertas? ¿No eran las mismas urgencias que teníamos nosotros?
Algunos estábamos confundidos sin entender nada mientras que otros nos aferrábamos a las reglas de un juego que ya no se jugaba. Unos que no habíamos jugado tanto queríamos ir a lo seguro mientras que los que tenían y daban esa seguridad querían explorar lugares nuevos.
Y todo tan urgente, urgente, urgente. Había que aprender a jugar, a conocerse, a tomarse en serio también. Todo al mismo tiempo y de la noche a la mañana. Si fallábamos en la mínima ya era terrible.
¿Si fallaba alguien que recién estábamos conociendo o que estaban conociendo nuestras relaciones? Se removían embajadas, declaraba la guerra mundial y se pedía alineamiento con el eje del “mal” o con los aliados del “bien”
¿Y si fallaban nuestras parejas? Hiroshima o Nagasaki, otra no había.
A todo esto había que sumarle quienes ya estaban con la falta de paciencia propia de la vejez y otrxs tenían la falta de paciencia de los más jóvenes.
¿Quién hubiera dicho que todas esas urgencias terribles que teníamos y que no nos dejaban dormir NUNCA se resolverían?
Tal vez el camino para crecer en nuestras relaciones no sea perseguir las urgencias y tener todo bajo control porque al fin y al cabo...
¿Quién hubiera dicho que TAMPOCO necesitaríamos que se resuelvan para poder conocernos y para poder aprender a relacionarnos diferente con otras personas?