Por RELACIONESABIERTAS
- ¡La gente te extraña Charly!
- Y bueno problema de la gente, yo me extraño a mi.
Charly García
Todos conocemos alguna persona que tiene roto el corazón por la irresponsabilidad de alguien. Incluso nos ha pasado en carne propia.
De mi parte, en más de 8 años acompañando personas y parejas tanto en las relaciones abiertas como en la monogamia, me cruzo a diario con gente que está muy triste y enojada porque su pareja no cumple en entregarle tiempo, energía o atención sobre algo crucial de la relación.
En algún momento, aparece la frase: “¡es que mi pareja no tiene responsabilidad afectiva!”
Cuando alguien no se hace cargo de cómo sus acciones repercuten y afectan los sentimientos de su pareja u otras personas, enseguida decimos que es por falta de “responsabilidad afectiva”.
La búsqueda de la responsabilidad en cualquier aspecto siempre está asociada a algo noble, bueno, necesario.
Y en el amor, lo mejor es que uno sea responsable.
Pero ¿Responsable, cómo? ¿Responsable con quién? ¿Hay responsabilidades superiores a la afectiva?
Si hubiera, ¿podríamos elegir una jerarquía de responsabilidades?
En este texto me gustaría llamar la atención sobre el alcance del término responsabilidad afectiva y pensar si en algunos contextos la exigencia de la misma no se vuelve perjudicial.
Y cuando hablamos de amor y de afecto, ¿qué contexto tenemos hoy?
En este momento, nosotros creemos que estamos en la transición desde un modelo afectivo centrado casi exclusivamente en la centralidad de la pareja y en lo romántico hacia un modelo afectivo con mayor autonomía dentro de las relaciones. Esto es parte de una tesis que venimos trabajando.
Un aspecto esencial del amor romántico es considerar que unirte totalmente con tu pareja es la máxima forma de amor y por lo tanto cualquier autonomía personal es una falta grave a esa unión. Lógicamente, este principio se comenzó aplicando contra amenazas graves y reales que las relaciones románticas tenían antaño: los padres y las familias. En el momento en que el amor romántico comienza a formarse como idea rectora de las relaciones, la costumbre era que los padres casen a los hijos sin ninguna opinión de su parte, por lo que volver a la pareja algo central era una cuestión casi crucial que acompañaba otros movimientos sociales y económicos.
Con el tiempo y con los padres ya fuera del negocio matrimonial, este aspecto de “protejamos a la pareja y pongamosla en el centro” fue dirigiéndose hacia otros enemigos de esa unión y su centralidad: a evitar la infidelidad, la amenaza de abandono, o incluso el desinterés. Según el amor romántico, amar es darlo todo a la pareja.
Y esto suena bien, pero funciona mal.
No solo es una ilusión sino que no cumplirlo se vuelve una acusación.
En esta concepción quién no da todo su tiempo, su energía, su enfoque y atención, pues no ama definitivamente.
No es ninguna casualidad que los reclamos de “responsabilidad afectiva” se direccionan mayormente al que no da algo a su pareja: atención, energía, tiempo. Para el amor romántico, cualquier demostración de autonomía es vista como una resistencia egoísta, una imperfección de esa entrega romántica y en el fondo como una mancha, una falencia, una falta, como mínimo una amenaza. Esta es la responsabilidad afectiva romántica.
En consecuencia con esas ideas románticas las personas que practicamos el poliamor, las relaciones abiertas o las no-monogamias en general solemos cargar con el letrero de “irresponsables afectivos” ya de entrada.
Sin embargo entre los ´70 y los ´80 un nuevo modelo afectivo comenzó a intervenir en las relaciones, un modelo en el que la autonomía personal no era vista como una amenaza, sino más bien un requisito esencial del funcionamiento de una relación.
Y sí, las parejas no funcionan sólo dando amor, sólo con cuidar al otro. Por supuesto que el amor y los vínculos son irreemplazables en la vida y nos hacen vivir experiencias únicas de crecimiento: son una forma de cuidado indispensable.
Pero también uno tiene que cuidarse a sí mismo. Es enorme el crecimiento y el desarrollo que logramos cuando desarmamos algunos de los problemas desde adentro. Nosotros también tenemos que cuidarnos a nosotros mismos, y ese cuidado también es indispensable e irremplazable. Peor que extrañar a alguien, es extrañarse a sí mismo.
Lo revolucionario es tener vínculos afectivos responsables y que valoren la autonomía de las personas, donde la posesión y el control no sean la herramienta para estar juntos.
Y buscar la responsabilidad afectiva sin entender que estamos atravesados por este sistema de valores del amor romántico puede ser un retroceso, incluso una trampa.
Prueba de esto es… ¡el origen mismo del concepto de responsabilidad afectiva!
Claro, pues el origen del concepto de responsabilidad afectiva surge en torno a la reflexión sobre el poliamor en la década de los 80 con las psicólogas Deborah Anapol, Dossie Easton y Janet Hardy, que son quienes empiezan a hablar de responsabilidades afectivas en las relaciones poliamorosas en contrapartida justamente con la mala publicidad que sufrían estas relaciones cuando la gente decía que los poliamorosos “no eran responsables con las relaciones”, lo mismo que con la descripción de “relaciones éticas”.
Esta excelente idea que surgió en pensadoras poliamorosas para hablar de poliamor (Easton y Hardy son además co-autoras de Ética Promiscua) y que hoy trascendió las fronteras de los grupos poliamorosos para influenciar todo tipo de relaciones, también volvió como fuego-amigo contra los mismos poliamorosos.
Pero entonces ¿la responsabilidad afectiva es algo negativo? ¿podemos pensar una responsabilidad afectiva sin la influencia del amor romántico?
¡Sí! La responsabilidad afectiva que no excluye la responsabilidad de autocuidado, es algo positivo y necesario.
Si para que la relación funcione yo tengo que dar tanto a mi pareja como atención, energía y enfoque a mis propios temas sin resolver, mis intereses y mis sueños.
La contraparte de esta nueva responsabilidad afectiva es que es altamente irresponsable cargar sobre nuestra pareja los cuidados que nos tenemos que dar a nosotros mismos, y peor aún creer que el autocuidado se reemplaza con los cuidados de otra persona.
A los bifes: Pretender que tu pareja resuelva constantemente temas que requieren de tu cuidado personal y que vos podrías estar solucionando o por lo menos aportando a su solución, también es ser irresponsable.
En un modelo afectivo que busque respetar espacios de autonomía en las relaciones (autonomía no siempre significa tener otras relaciones paralelas), es de una máxima responsabilidad entender que nuestra pareja no puede, ni debe darnos todo.
Desde mi punto de vista, es de una gran responsabilidad fijarse bien a quién se le exige la responsabilidad afectiva.
Para explicarme mejor … ¿Existen exigencias afectivas irresponsables?
Me gustaría traer aquí algunos ejemplos del mundo real. Estas son dos situaciones 100% reales que conocí en mi trabajo de acompañamiento. Lo único que cambia son sus nombres.
Marcela tiene 29 años y cuida de dos hijos, Teo de 4, y Santi de 6, prácticamente en soledad. El padre de sus hijos aporta económicamente parte de su sueldo en blanco, aunque ya arregló con su empleador que le depositen la mayoría en negro, así evita pasarle dinero a su ex-esposa. Según dice él “no quiere que se gaste la plata con su nuevo macho”. Marcela levanta a sus hijos, les cocina y mientras su abuela los cuida hace los mandados. Luego los lleva al jardín y tiene 4 horas de libertad hasta que los chicos salen, aunque las aprovecha para trabajar en changas de peluquería. Luego lleva a Santi a la psicopedagoga y a Teo a la fonoaudióloga. Hoy, que está conociendo a alguien, Marce contesta siempre los mensajes de WhatsApp inmediatamente. Apenas se levanta manda un “hola mi amor, cómo dormiste?” y antes de irse a dormir avisa “buenas noches”. Está conectada siempre, y piensa que lo mejor es empezar su nueva relación con responsabilidad afectiva.
Sobre todo porque su pareja nueva, Elías, de 35 años, un exitoso abogado penalista que vive solo y gana en dólares, le dijo que necesitaba que le contesten los mensajes y lo tengan presente todo el día para sentirse querido. Una tarde después de un juicio se sintió vacío y le dijo que “si no estaban en la misma página de la relación, lo mejor era que busque cada uno por otro lado”. Marcela sintió el rigor del planteo, y ahora lo primero que hace es contestar el mensaje apenas llega, aunque los nenes lleguen tarde al jardín, la comida se queme o algún cliente se ofenda en su trabajo.
Otro ejemplo es el de Eduardo, de 52 años, workaholic, sobreviviente de abuso infantil y bisexual en el clóset. En su infancia su padre lo amonestó varias veces y le dijo que “lo peor para un padre es que su hijo salga puto”. Desde hace dos años que él y su esposa están tratando de encontrar algo de libertad afectiva en su relación abierta. Su esposa tiene un vínculo con alguien y siempre sale contenta cuando va a hoteles, pero a él le cuesta concretar las citas. A último momento, vuelven los fantasmas de su padre y le cuesta horrores salir de su casa sabiendo que va a verse con un hombre.
Su nuevo vínculo Román, más joven que él, le plantea que no tiene responsabilidad afectiva para con él, porque no lo quiere llevar a su casa ni verlo los fines de semana. “Vos buscás virtual, no real”. Para no perderlo, Eduardo viaja a ver a Román forzándose, llega siempre nervioso a las citas. Sólo la pasa bien cuando se alcoholiza. ¿Por qué lo hace? Porque no quiere perder a Román, quien reclama verlo bien seguido y que se “haga cargo”
¿Se dan cuenta lo que digo?
Estas dos personas sufren la presión y más cosas en nombre de la responsabilidad afectiva. Tratan de cumplir con esa responsabilidad hacia sus parejas, cuando en realidad deberían reenfocar esa atención en otros temas que involucran directamente su identidad y la forma de vivirla.
Aquello que hablábamos del amor romántico y el amor con autonomía reaparece en estos casos.
Si pensamos que el valor supremo del amor es entregarle todo a la pareja, pues estos dos ejemplos que acabo de mencionar (de los tantos más que conozco) entran claramente en la categoría de irresponsables afectivos.
Pero mirándolo con distancia tal vez podamos ver mejor.
Contestar varios días tarde un mensaje que dice “¿Cómo estás?” y pretende iniciar una charla amistosa, romántica o erótica, ¿Es una falta de respeto? No estamos hablando de una llamada de urgencia, sino de un mensaje para charlar un rato.
Y faltar a una cita sexual porque uno está nervioso ¿es un acto de irresponsabilidad?
Si creemos en cambio que el amor no sólo es dar a tu pareja, sino también construirte a vos, nos damos cuenta que aparece bastante más la irresponsabilidad cuando se le exige a nuestros vínculos situaciones irrealizables sólo porque nos “parece romántico”, está apreciado socialemente como positivo o correcto o nos da mayor seguridad.
Exigirle que conteste mensajes rápidamente a una persona que está maternando, paternando o que tiene a su cargo la salud o la educación de otras personas es una forma de máxima irresponsabilidad. ¿Por qué estas situaciones parecen ser más difíciles de observar o menos evidentes que aquéllas otras que llamamos de “responsabilidad afectiva”?
Exigirle a una persona que necesita un espacio de autonomía e independencia en su vida que no lo tenga porque a uno le da inseguridad, es otra forma de irresponsabilidad.
Exigirle a tu pareja pruebas de amor por sobre su salud mental es irresponsable, y que encima cargue con el peso de sentirse “irresponsable afectivo” es cruel.
Extrañar a quien se extraña a sí mismo nunca puede tener como remedio sacarlo de su soledad y exigirle como prueba de amor que esté presente en tu vida, si hoy necesita estar primero presente en la suya.
Es bueno que los que queremos vivir de forma responsable y adulta con nuestras relaciones y deseos nos sepamos expresar para no crear falsas expectativas, de eso se trata la responsabilidad afectiva. Pero que a través de la idea de “responsabilidad afectiva” mezclemos exigencias hacia nuestras parejas no solo es injusto sino parte del mismo sistema de creencias que criticamos y del que intentamos corrernos.
Si la “responsabilidad afectiva” es una carga más para los ya aplastados de responsabilidades, no sólo es una mochila injusta y una exigencia incumplible: es un techo de cristal que nos desconecta del deseo y nos deja aislados.
Juan Pablo D´orto